lunes, 15 de noviembre de 2010

Necesidad de convergencia


Primero las dunas: qué hacer si en ellas no podemos avanzar ni retroceder? Rodearlas, dice Crenchudo. Pero eso va a llevar tiempo, dice Chikhachev. Hay que adquirir el gusto por los márgenes, dice Crenchudo, desplegar una estrategia digna que nos permita vadear sin arrastrarnos por el totalitarismo del arenal. No está mal arrastrarse ante la naturaleza, dice Chikhachev Lo que está mal es que Ud no pueda llegar a ese lugar al que quiere llegar, entiende?, dice Crenchudo.

Chikhachev recordó la puesta en escena del mapa. Las dunas y las balderías como dos semicírculos simétricos cubriendo las lagunas o estableciendo un vínculo. Su guía comenzó a cabalgar despacio, con un paso parecía envolver el arenal. Mientras lo seguía, tomó uno o dos tragos de agua. Su necesidad de convergencia era impiadosa.

martes, 9 de noviembre de 2010

Preso de verdad

Se masajeó la frente y cerró los ojos. Todo sonaba lejano, atonal. El eco de la carcajada cruel, las palabras de la Cameron (“Quintín, además de trucho, sos un pelotudo!”), las disculpas de Mr. Runey al ilustre visitante, las botellas voladoras y el caos que marcó el final de ese evento del ciclo “Cultura para todos”. El ruido de una llave en la cerradura lo hizo alzar la mirada.

-Tres detenidos, el SUM destrozado y el Sr. Quintín con un diente menos –dijo Ana C acompañada por la pose caricaturesca firme del Oficial de Policía de Wikigasta-. Cómo hará para salir de esta, eh? –preguntó con seriedad.

Armando volvió a cerrar los ojos. Era la primera vez que estaba preso de verdad.

martes, 2 de noviembre de 2010

Sabés quién viene a cenar?

Como siempre, ellos y las mulas partieron temprano. El cerrillo amagaba rebalsarse de nubes y decidieron rodearlo por el camino de la ciénaga. Crenchudo leyó esto como si fuese el presagio de haber tomado una decisión venenosa, pero no dijo nada. Chikhachev cada tanto se paraba sobre los estribos de la montura y estiraba el cuello, dando un vistazo hacia el horizonte. Lo que buscaba no aparecía.

-Es necesario hacer la taxonomía de los cangrejos laguneros, los vi en un puesto de venta de pescado en Nueva California y le puedo asegurar que son de una especie nueva. Este descubrimiento va a mejorar mi relación con la Sociedad Científica de San Petersburgo y, además, podré publicar en la próxima edición de los Anales.

Crenchudo no contestó. Iba siguiendo con la vista una pequeña nube de polvo que se les acercaba.

-Viene de Wikigasta –dijo.

-Quién? –preguntó Chikhachev.

-Aquel jinete. Viaja rápido, muy rápido.

Lo esperaron y cuando estuvo a unos quinientos metros Crenchudo palideció.

-Mensaje de texto, no? –afirmó con ironía Chikhachev- “A dónde estás?”, “A qué hora venís”, su mujer no lo deja vivir amigo... O era su suegra?.

Ya era fácil distinguir al mensajero en el medio del tierral. A los pocos segundos se bajó del caballo y corriendo se acercó a ellos. Crenchudo estaba petrificado.

-Mensaje de texto –dijo el mensajero estirando su mano con el tubito de arcilla.
Crenchudo dio un paso adelante. Fucking mensajeros, pensó.

-Nono –dijo el mensajero- es para el doctor. Chikhachev quebró el tubo y leyó el mensaje sin pestañear.

-Masha y el Primo Andrey están en Nueva California. Mañana salen rumbo a Wikigasta. Rápido, hacia las lagunas!

La naturaleza escandalosa que impulsaba algunas decisiones estaba a la vista del desierto y Chikhachev parecía estar dispuesto a darse coraje a costa de su propio ser. Crenchudo suspiró, aliviado.

sábado, 30 de octubre de 2010

La condición

-La verdadera tragedia de Wikigasta –dijo Chikhachev-, es la provisionalidad. Me parece a mí, digo.

-No entiendo –dijo Crenchudo.

- Nada se adhiere a los hilos de la naturaleza. La arena vuela, el viento se la lleva. Los frutos del chaco vienen y se van. El amarillo del chañar tapiza el desierto y desaparece en dos días. El granate del atardecer, un suspiro; el aroma a jarilla, lo mismo… Ud. no lo entiende, porque por ser parte del sistema, también mama de lo provisorio.

-Como no!– alentó Chenchudo terminado de pelar un limón y asintiendo ante tales argumentaciones sensatas y filosóficas.

-Esto ejerce una influencia en la nulidad de todo lo que sucede en Wikigasta y conduce al fracaso personal, porque en este paraje la acción es una perversidad. Todo acto está condenado a la frustración.

Crenchudo hizo el gesto de ardor inicial y empezó a chupar de a poco el limón. Lo había cortado de la planta que crecía ahí. Agarró un puñado de arena y de a poco se le escapó chorreando entre los dedos.

- Se da cuenta, ni la arena puede retener. El patrón subyacente es obvio: Wikigasta es circunstancial– dijo Chikhachev abriendo los brazos con teatralidad sincera.

-Martina vuelve, no se preocupe –dijo Crenchudo-. Fue hasta las lagunas. En dos meses regresa, todos los años viaja por esta época.

-Ehh… No vaya a pensar que yo, estee...

-Tiene a su madre en las lagunas. Y a sus hermanos. Les lleva vicios, cueros, sal, telas, pólvora. Libros, también.

Chikhachev apoyó la espalda en el tronco del limonero y cerró los ojos. Pensó en los coirones perennes de la estepa, siempre inclinados hacia el este, como señalando el camino hacia las lagunas. Una corriente eléctrica le recorrió esternón, fluyendo luego a sus canales más íntimos. La plenitud sonríe, esa es la condición.

jueves, 22 de abril de 2010

Razones escritas a todo trapo

“Porque cada día entrega otro día. Porque viajé para comprobar que solo los justos mantienen lo verde. Porque pasé tres o cuatro días cegado por el sol del desierto. Porque descubrí el sabor de la algarroba. Porque pase días perdido en un matorral de jarilla en flor (jarillal). Porque la piedra bezoar me sigue buscando. Porque tomé clases y ahora no soy devoto. Porque tomé clases y ahora soy devoto. Porque confieso que mi mente tiene que pasar tiempo paseando por ahí (sedienta). Porque todavía no llegué a contar tres trillones de granos de arena. Porque estuve aprendiendo cómo se hace un pan de jabón con grasa. Porque tuve que enseñarle a pronunciar mi nombre extranjero. Porque recorrer el desierto con mi aliado Crenchudo lleva tiempo. Porque puse en acto la palabra farra. Porque perseguí choiques y me perdí. Porque dejé de ser relincho. Porque subí a la montaña para probar el conchabado. Porque me hice nativo y me lleva tiempo pensar en esto. Porque nunca hubo advenedizo al que le llevase tantos meses descubrir lo tonto que es. Porque comencé a prestarle atención a los pecados carnales. Porque aprendí a florearme cabalgando el chaco. Porque me rindo todos los días ante la Rosa de Paracelso. Porque me empaché con mote pelado y pasé días en cama. Porque tuve que aprender tres palabras nuevas: pirca, tusquera y charquicán. Porque practico llevar unas cosas bajo el brazo izquierdo. Porque me sumé a un grupo de zahoríes. Porque aprendí a los ojos del Señor este sitio es bendito, (aunque se rumorea que puede ser Sodoma). Porque al principio me tomaron por un perro furioso y convencerlos de lo contrario llevó tiempo. Porque estudié el arte de evitar los abismos. Porque quise escribirte cuarenta razones por las cuales no te he escrito y solo se me ocurrieron treinta (contando esta). Por ello, amada Masha, debo decirte que...

Hasta allí llegaba el texto escrito por Chikhachev. La desprolijidad del trazo y el tono desfortunado denotaban apuro. Crenchudo guardó el papel arrugado en su morral. Miró el cielo; la lluvia, un poco acobardada, titubeaba ante el salitral.

martes, 16 de marzo de 2010

Aporía rima con tontería

-Sus tonterías, o sea la sarta de pavadas que está diciendo –dijo Armando con la vista fija en Quintín- me hacen acordar la historia de Aporía Sánchez, nacida en Wikigasta. “Impasse” le decían en el pueblo a causa de cierta tendencia a la inercia y a la dilatación de soluciones. Aporía era, en principio, una mujer complicada, dada a meterse en situaciones de las cuales no podía salir. Sin embargo, daba toda la sensación de que ella se instalaba con comodidad en lo imposible y ahí se quedaba, estirándolo, como emperrada.

-Aporía, como le decía, estaba dominada por una fuerza que la tentaba con las dificultades difíciles y, mas aun, con las insolubilidades insolubles. Era común verla tratando de calcular todos los decimales del numero PI o de entender letras de canciones de Spinetta. Algunos domingos de tortas fritas, se ponía lápiz y papel con la raíz cuadrada del 2, no sin antes ver de nuevo algún video de Polaco. La cuadratura del círculo generalmente la dejaba para las noches de lluvia; aunque hay que aclarar que llueve muy poco en Wikigasta y, por lo tanto, no había avanzado casi nada en esto. Otras veces la emprendía tratando de descifrar el movimiento perpetuo. También pensaba que si hubiese nacido hombre habría intentado entender la naturaleza femenina, pero fatalmente era una XX. Y hablando de fatalidades, ahora me viene a la mente su proyecto más ambicioso, el que dejaba para los momentos de insomnio: relacionar al los críticos de literatura con la racionalidad.

-Aporía se perpetuaba en otros imposibles. Simpatizante del glorioso Huracán F. C., todos los años esperaba verlo coronado campeón. Criaba seamonkys una y otra vez, sin quitar los ojos de la pecera para verlos cuando empezaran a crecer. Jugaba al Loto todas las semanas. Lo escuchaba a Majul con oído atento a ese razonamiento inteligente que nunca llegaba. Siempre esperaba que el político de la esquina haga lo que decía que iba a hacer en época de campaña. Trataba de tomar sopa con un tenedor y cuando se deprimía intentaba suicidarse una y otra vez mezclando vino tinto con sandia. Y así y así... Los vecinos, solidarios como pocos, le acercaban imposibilidades literarias para mantenerla entretenida: Chejfec, Alejandro Rozitchner o el salame de Jaime Bayly. A veces, caía alguno por lo de Aporía con manuscritos de recetas médicas, instrucciones de multiprocesadoras o formularios de la AFIP. Ella, agradecida, ahí nomás se instalaba en el sillón de la galería para perpetuarse en la lectura y relectura de estos textos sin nunca llegar a entenderlos o a encontrarles sentido.

-Un día –finalizó Armando- distrayéndose con las obras completas de Sócrates, se topo por primera vez con el “Conócete a ti mismo”. Y ahí abandono todos sus análisis de imposibles para tratar de entenderse a ella, mismamente. Esto, pensó, tal vez podría llevarla a la liberación perpetua o, aunque más no sea, a conocer el origen de su carácter podrido durante las mañanas. Al principio con timidez, pero después con desenfado, comenzó a asomarse a sus profundidades. Fue tomando confianza consigo misma y cada vez era más audaz. Tanto se asomo que, como no podía ser de otra manera, termino cayéndose al pozo mas profundo de su ser. Y eso es todo.

Quintín se río un poco y luego, tosiendo, lanzó una carcajada cruel que retumbó por las cuatro paredes del SUM. La Cameron se puso de pié y avanzó hacia la mesa de conferencias pidiendo el micrófono a Mr. Runey.

sábado, 13 de marzo de 2010

Flor descontrolada

"No soy sabio, pero la universidad dice que he estudiado botánica y que conozco dónde, cuándo, por qué y para qué brota una inflorescencia. Por eso, con la autoridad que me da la corporación científica, digo que no era previsible que justamente acá, lugar en el que no parece haber otra cosa que lo sabido, irrumpa una flor descontrolada. Entonces no sé si estoy ante un evento del cual debo dejar registro antes momificar e incorporar ese cáliz al herbario que en dos mulas llevo para la Academia de las ciencias de San Petersburgo o si estoy ante la Rosa de Paracelso. La flor duerme a mi lado, respirando con suavidad. Me muestra que no puedo pretender saber nada y que por este desierto, como por el desierto más vasto que he venido explorando hasta mi llegada a Wikigasta, continuo arrastrando abismos".

Chikhachev, Platon Alejandrovich: Notas de viaje.

martes, 9 de marzo de 2010

Diseño de interiores

Quiero que llueva, dice Martina. Llover en el desierto, dice Chikhachev. Llover en el desierto con sonidos desconocidos, dice Martina. El sonido del alfabeto de la lluvia se conoce tocando su rosario de gotas, dice Chikhachev. El sonido del alfabeto de todo contacto se aprende tocando, dice Martina. El sonido de todo alfabeto se aprende cuando se tiene que aprender, dice Chikhachev. Es decir, a la hora de la herejía, dice Martina. Es decir, a la hora de la herejía inevitable, dice Chikhachev. La herejía de toda visita a la ciudad prohibida, dice Martina. La herejía de toda visita a..., dice Chikhachev y se detiene, erizado. Como si se tratase de artículos en la vidriera de un bazar en liquidación, siente que una multitud le manotea las joyas más preciadas de su interior. Gracias a la luz de la fogata pero tarde, demasiado tarde, en ese momento comprende que la mirada flamígera de Martina es capaz de atravesar la quijada de una montaña. Como parte del descubrimiento, escucha torear a un perro a lo lejos. El desierto diseña interiores.

lunes, 1 de marzo de 2010

Cruzando el cerco

-Si mata al guanaco se queda sin el poder de la piedra bezoar. Lo debe atrapar vivo, sacarle la piedra y dejarlo en libertad –dijo Martina.

-Y cómo podría atraparlo vivo? –preguntó Chikhachev.

-Con esto –dijo ella mostrándole unas boleadoras-. Es sencillo. Una vez que lo atrapa, le mete dos dedos en la boca. El animal suspira, sus ojos se llenan de lloros y, luego de una especie de nausea, larga la piedra. El secreto está en que la carne del guanaco ignore el filo del cuchillo y en que no lo tome a Ud. como a una bestia furiosa sino como a un algarrobo manso.

-Un algarrobo manso? Cuándo pensaba decirme todo esto? –preguntó irónico Chikhachev mirándo a Crenchudo-. Hay algo más que tenga que hacer? No sé, convertirme en caracol o en tatú carreta?

-Si -dijo Martina con tono de fuga de agua-, hay algo más. Es importante que no haya palabras. Solo piel y contacto. El contacto ordena esta ceremonia. Deberá practicar este acto a costa de que sus ojos carezcan de recuerdo. Debe borrar toda experiencia previa y colocar en una vitrina cualquier evocación que amenace.

-No entiendo –dijo Chikhachev buscando explicaciones en el ya a esta altura ausente de la escena Crenchudo-. Pero..., y ahora qué se hizo Crenchud...

No pudo terminar la frase. Martina apoyó una mano pequeña y tibia en su boca. Chikhachev pudo ver como sus ojos negros mostraban el reflejo natural de la luna. El aroma de la jarilla se confundió con el viento y mostró una realidad desligada de la apariencia. Inevitablemente, como lo haría todo algarrobo manso, comenzó su aprendizaje. El contacto, saqueador de memorias, se impuso a los velos rezagados.

viernes, 26 de febrero de 2010

El chaco

-Es el centro de un espacio ilusoriamente vacío –respondió Martina sosegando el paso de su caballo-. El chaco es el eje de un círculo perfecto cuyo perímetro está formado por cientos de batidores que rodean un pedazo de nada del desierto.

-Miles son los jinetes –corrigió Crenchudo.

-No exagere –dijo Martina- Eso era cuando bajaba parte de la nación Inca a cazar vicuñas. Le sigo explicando, doctor –agregó-. Y ya sé que no es doctor, pero por estos lugares una usurpación de título más no nos hace nada.

-No soy ningún usurpador –aclaró Chikhachev con cierto enojo.

-No se lo tome así, doctor, es una ironía –dijo ella-. Los jinetes empiezan a acercarse al centro de manera sincronizada, sin perder contacto visual unos con otros. El círculo se estrecha y, poco a poco, se perciben movimientos en su interior. A partir de ese momento...

-Manadas de guanacos son las que se mueven –interrumpió entusiasmado el rastreador- Una vez, allá por el veintitantos, un año con una seca nunca vista, empecé a...

-Crenchudo, Crenchudo... –dijo Martina- Estoy hablando yo. Prosigo, doctor. Los guanacos se comienzan a arrimar al centro del círculo. Ya saben que están cercados. Algunos batidores sobran en el perímetro y, cuando hay suficientes, se forma una columna de jinetes que ingresa a la órbita de caza. Luego la tarea es sencilla, tenemos buenas lanzas. Si algún animal intenta cruzar el cerco, lo boleamos y listo. Lo hacemos en otoño, cuando las manadas bajan de la cordillera y solo cazamos lo justo y necesario para pasar el invierno porque al año próximo tiene que haber animales.

-La Martina dirige el chaco de Wikigasta –dijo Crenchudo- El año pasado cazamos miles de guanacos.

-Cientos –corrigió Martina con tono de cansancio.

-Ud es gaucha? –preguntó Chikhachev mirando de reojo el chiripá que vestía ella.

-No. Soy montonera.

-Y bandida rural –dijo Crenchudo-. Paremos acá, ya es hora de descansar.

Chikhachev se quedó un breve momento observado a la mujer que se bajaba de un salto del caballo y ya acomodaba sus cosas. Creyó percibir un aroma salvaje, como a jarilla mojada. El perfume o tal vez el hambre le produjo un cosquilleo raro en el estómago. Carraspeó y miró hacia un costado. A veces el desierto no estaba tan desierto como parecía.

sábado, 20 de febrero de 2010

Tenemos compañía

Si bien donde ellos estaban brillaba el sol, habían decidido regresar. Unos pocos metros más arriba la cordillera llevaba dos días de viento blanco y todo indicaba que mañana todo iba a continuar igual. Crenchudo no se dejaba oír y Chikhachev aprovechó para escribir recostado contra una roca.

Masha, digamos que hoy estoy cansado de soñar contigo. Tanto he imaginado el acercarse de tu paso sofocado por la arena del desierto que ya no hay realidad posible. Inútiles tus labios que fueron los primeros labios. Inútiles tus ojos que fueron los primeros ojos. Hasta el fantasma de tu humedad ha sido absolutamente desecado por el soplo de este lugar. No me importa que tu perfil me espere agazapado detrás de aquél algarrobo, las ortigas que crecen a la sombra de sus hojas han deshecho mi deseo. Mis brazos se dejan caer cansados de abrazar una sombra deformada que...

-Doctor –dijo Crenchudo mientras Chikhachev hacía un bollo con el papel que estaba escribiendo y lo metía con rapidez en un bolsillo- vamos a tener compañía mientras bajamos al valle. Le presento a la Chapanay.

-Martina Chapanay –dijo ella estirando la mano- tanto gusto, doctor. Parece que la piedra bezoar no quiere que la alcancen.

-No soy ningún doctor –dijo Chikhachev encandilado por el sol mientras apretaba esa mano pequeña, áspera y firme.

martes, 16 de febrero de 2010

Mensajes de texto

-Vea el tamaño del guanaco que se asoma ahí arriba –dijo Crenchudo en voz baja señalando al animal-. Uno de esos tenemos que agarrar. Venga, agáchese. Vamos a rodear la quebrada para rastrea..., ahijuna! –exclamo sin terminar la frase. Un caballo se acercaba a todo galope por la ladera sur. Chikhachev notó que su compañero se ponía repentinamente nervioso, como en guardia, mientras ojeaba hacia los costados de su posición.

-Nos atacan? –preguntó el científico manoteando su pistolón –Indios?.

-Nono, tranquilo doctor, viene un chasqui del correo. Es el mensajero de turno. Debe ser para mí.

-Buenas y santas –saludó el chasqui gritando desde el caballo-. Mensaje de texto para Crenchudo desde Tres Sargentos!!!

Chikhachev vio como el chasqui le entregaba a Crenchudo una cápsula de cerámica lacrada, del tamaño de un tubo de ensayo. Este se fue hacia un costado, la quebró y sacó un rollito de papel. Comenzó a leer y, a la distancia, notó el temblor de sus manos.

-Hay algún problema militar? –preguntó Chikhachev- Atacan los indios?.

-No, por? -dijo mirándolo el chasqui mientras comenzaba a armarse un cigarro.

-Digo, como lo veo nervioso a mi compañero y el mensaje viene de un destacamento militar...

-Ah!. No, el mensaje viene del paraje Tres Sargentos. Lo llamamos así porque ahí viven la madre, la esposa y la hija de Crenchudo. Y él también, claro.

-El mensaje lo envía alguien de la familia? –preguntó Chikhachev.

-Si, la esposa de Crenchudo. Al rastreador lo tiene cortito con los mensajes de texto. “Dónde estás?”, “Cómo está el clima en la cordillera”, “Qué día regresás?”, “Cuando vuelvas pasá por el almacén de Oropel y traete dos kilos de grasa de chancho”. Desde que ofrecemos este servicio Crenchudo es nuestro principal cliente. Siempre cobro en destino.

Chikhachev miró como su compañero se acercaba para hurguetear las alforjas del caballo. Crenchudo sacó de allí una pequeña libreta y un lápiz. Luego pasó la lengua por la punta del lápiz, escribió algo con rapidez, arrancó el papel y lo puso enrollado en una cápsula de arcilla que le dio el chasqui.

-Me lo anota en la cuenta? –preguntó Crenchudo al mensajero que ya estaba lacrando la cápsula-. Esta vez salí sin sencillo.

El chasqui asintió con la cabeza y partió montaña abajo como un fugitivo. Crenchudo quedó un breve momento en silencio, tal vez pensando en algo subterráneo, y luego le pidió ayuda a su compañero para comenzar a hacer fuego. Las primeras estrellas amagaban en el fondo añil y el grito de una tagua se dejó escuchar desde la quebrada que les cortaba el paso. No todo es buscar huellas en la vida de un rastreador, pensó Chikhachev.

viernes, 12 de febrero de 2010

El pozo balde

-Y cuando no llueve, de dónde sacan agua los desertícolas? –preguntó Chikhachev.

-Del balde –respondió Crenchudo-. Es un pozo cuadrado de unos cuatro metros de boca. El pocero excava hasta tres metros de profundidad y ahí hace base para comenzar a cavar un pozo nuevo de igual profundidad que el anterior, pero con boca más angosta. Así va avanzando por las tripas del desierto, de a tres metros. Pero la embocadura se le hace cada vez más estrecha. El balde es un pozo con perfil de telescopio. Ancho arriba y angostito abajo. Se cava a pulso hasta que encuentra la napa de agua.

-Y si no la encuentra?

-Siempre la encuentra. Antes recibe las coordenadas precisas de los zahoríes. A veces está a quince metros, a veces está a veinte metros de profundidad. Pero el agua está, escondida debajo del desierto. Ahí está, esperando. Como en aquel punto verde que se ve allá abajo, el lugar se llama Balde de Espinoza.

-Nombre raro -dijo Chikhachev.

-Balde porque el agua se saca del pozo con un balde atado a una soga y Espinoza porque es el apellido del que alguna vez fue el patrón del pozo balde. Un tipo afortunado aquel Espinoza, no se trata de encontrar agua, se trata de que el zahorí marque un sitio en que el agua no esté podrida. El que da con agua clara se convierte en el señor del lugar. De un día para otro se le empieza a arrimar la gente. Los padres le entregan las mozas. Cambia agua por animales. Pasa el tiempo. Se vuelve rico. Tiene acceso a todas las mujeres de los alrededores. La descendencia pasa a llamarse Espinoza, aunque no sea linaje directo suyo. Todo se confunde y el lugar se vuelve un yacimiento de espinozas. El pozo balde los designa. El Espinoza original se termina licuando en la sangre de su sangre.

-Lo semejante disuelve a lo semejante –dijo Chikhachev.

-Si, algo así... Bah, más o menos –dijo Crenchudo distraído por ese guanaco que se asomó desde un terraplén de roca desintegrada por el tiempo.

jueves, 4 de febrero de 2010

Darwinismo cultural

-Es sencillo –respondió Quintín-. Opino cualquier cosa sobre cualquier cosa. Si alguien intenta contradecirme lo va a hacer en base a su noción del tema y yo, obvio, seguiré usando mi fórmula en la respuesta. Refuto al conocimiento con sarasa culturosa. Al final gano por cansancio.

-Ese es el secreto de los críticos de cine o de literatura? –preguntó Mr. Runey.

- En estos tiempos globalizados el mercado exige velocidad e imaginación y yo, obvio, pongo en acto esta estrategia. Es la supervivencia del más apto. Darwinismo cultural.

-O sea que acá también va a aplicar la fórmula...

-Si, obvio. Pero siempre pongo en antecedentes al que me paga. El que avisa no es traidor. Y como le dije por teléfono, cobro antes de dar la conferencia.

-Ya le tengo preparado el cheque. Quiere que lo acompañe al hotel?.

-Si, gracias. Tengo que terminar una nota sobre un escritor francés pasado de moda. Como ya nadie lo lee, es más fácil todavía. Además, quedo como un rescatista de talentos olvidados por el público desatento.

-Me imagino, una nota que comenzaría diciendo algo así como “revolviendo en la mesa de saldos de una húmeda librería cercana al puerto de (sarasa), encontré un gastado ejemplar de (sarasa). Luego de dejarlo dormir sobre mi mesa de noche durante unos cinco meses, decidí abordar su lectura influenciado por un comentario suelto sobre (sarasa) que escuche en (sarasa)”. Es increíble que todavía haya diarios o revistas que le paguen por basura de este tipo-dijo la Cameron.

-Quién la autorizó a entrar? –preguntó Mr Runey levantándose del sillón.

-Tu abuela –dijo la Cameron y salio dando un portazo.

Dinámica desertícola

-Es la planicie en la que viven los desertícolas –dijo Crenchudo señalando las tierras que dan hacia el sol naciente-. Fíjese, desde la altura de esta cumbre podemos ver que es infinita. Todo tiene su real perspectiva desde la cordillera.

-Hay algo en ese lugar? –preguntó Chikhachev.

-Excepto por el nervio del agua, en esas tierras todo es nada. Con la lluvia el nervio se contrae y tensa la red en la que perduran los desertícolas. Entonces por los caminos y huellas apenas marcadas por hileras de rocas fluyen viajeros y circulan vicios y mercancías. En las casas las catas aturden con su cotorreo. El suelo se vuelve marrón. Los chivos engruesan por la grasa. Niñas casaderas se enamoran de niños de familias lejanas y viceversa. Florece y cuaja la algarroba. Cuando el nervio afloja, la red vuelve a la pachorra que es en esta época. No hay caravanas ni viajeros solitarios ni vicios circulando por las huellas. Las aves se van a los humedales. El suelo se vuelve blanco por la sal. Los chivos se secan. En su soledad las niñas casaderas piensan historias imposibles. Se vacían las algarrobas. El agua compone tracción o paciencia –sentenció Crenchudo.

lunes, 1 de febrero de 2010

No hay una segunda oportunidad para una primera impresión

Una vez que se disipó la polvareda, la Cameron pudo ver al conductor de la camioneta.

-Voy bien para Wikigasta?
-Llegaste –dijo la Cameron.
-Tengo que ir a la Star Gold Inc. Me contrataron para dar unas charlas en la Municipalidad.
-El Ciclo “Cultura para todos”?
-El mismo. Tu nombre es…?
-Cameron. Y el tuyo?
-Quintín.
-Cuál es tu tema?
-Viajeros y economía en la literatura argentina del siglo xix.
-Un plomazo, no es así? –preguntó afirmando la Cameron.
-Pagan bien –dijo tratando de aplastar una mariposa que había entrado a la camioneta.
-No la mates, no hace nada. Si abrís la otra ventanilla se va a formar corriente de aire y saldrá sola.

El tipo le pegó con la palma de la mano y la mariposa quedó estampillada en el parabrisas. Fue suficiente. Ese día sus miradas se cruzaron por última vez.

-Por curiosidad nomás, vos hablás sobre viajeros, economía o literatura argentina? –preguntó la Cameron mientras se agachaba para atarse los cordones de las zapatillas.
-Yo hablo sobre todo lo que pide el mercado. El mercado de la cultura, claro –dijo el tipo. Arrancó la camioneta y dejó atrás otra nube de polvo.

martes, 26 de enero de 2010

La ceguera de toda mirada

-A qué altura estaremos?
-Si se siente mal podemos parar y tomar unos mates con pastafrola –dijo Crenchudo.

Las dos palabras, mate y pastafrola, desencadenaron un proceso impetuoso en su cuerpo. Chikhachev sintió que le zumbaban los oídos y, mareado, vomitó desde arriba de la mula.

-Por hoy, hasta acá llegamos –dijo Crenchudo.

Durmió un buen rato y cuando abrió los ojos vio a su compañero junto al fuego, revolviendo una olla. Se sentía un poco mejor, estaba con apetito.

-Tiene el mal de las alturas, mi amigo. Por ahora solo va a poder tomar sopa, mañana veremos.

Estaba atardeciendo. Todavía mareado, recorrió con la vista la bajada de piedra de un viejo río de lava. Más atrás, las llamaradas del atardecer se empezaban a recortar sobre las últimas montañas. Todavía no entendía cómo lo yermo podía exudar semejante belleza.

-Contemplar el monumento irracional a la tempestad de los siglos es el primer escalón, pero tenga en cuenta que todavía tiene clausurados los otros cuatro sentidos. Va a tener que apurar el trámite si quiere conocer el poder del sexto.
-No sabía que hay un sexto sentido –dijo con indudable ironía Chikhachev.–Y dígame, cuál vendría a ser?
-El relámpago, mi amigo, el relámpago que está atrapado en la piedra bezoar. O para qué otra cosa hemos venido hasta acá?

Chikhachev sonrió ante su compañero. Más allá de todo, sabía que la experiencia de la mirada estaba agotada. Tenía un poco de razón el indio, conocer a costa de los ojos era impreciso. Uno terminaba sometido a la ceguera que produce el abuso en la confianza del panorama.

sábado, 23 de enero de 2010

Grabaciones encontradas (iii)

Silvio Rodríguez en los estudios de grabación de Canal 5 de Wikigasta, circa 1980.

martes, 19 de enero de 2010

Capitulación o resistencia

La Oficina de Hidráulica ya estaba cerrada. Comenzó a caminar hacia su finca. La calle principal había sido vaciada a baldazos por el sol del mediodía. Todo se veía preciso a través del decorado sin sombra que produce la luz a esa hora. Pensó en los patíbulos que a veces se levantan. Pensó en verdugos disfrazados de gerentes o de funcionarios públicos. Hacen buen trabajo, pero le hubiese gustado que por el canal de riego sean otras las cabezas cortadas que ruedan. Dobló por la calle de los algarrobos. Como en cualquier parte, en Wikigasta costaba encontrar un hombro. La Cameron se preguntó si no era el momento de detenerse. Sus pensamientos oscilaban entre la capitulación (un buitre planea por ahí arriba seguido de un enjambre de moscas) y la resistencia (la simiente prepara ese evento obstinada en fundar el presente). La escuchó venir, dio un paso al costado y la camioneta se detuvo a su lado, tapándola de polvo.

sábado, 16 de enero de 2010

Apenas pensando en ella

-A veces pienso en aquello que tengo para decirle. En esas ocasiones, una multitud secreta me sigue posada sobre la rama más alta del desierto. Palabra a palabra deletrean el ritmo de mis desprendimientos. Hay silencios que desaprueban y murmullos que alientan. Pero las palabras no se apean. Siguen en mí, atascadas en un cepo absurdo. Necesito un talismán para desencadenarlas. Debo buscar la magia que las transporte de este mundo extraviado en el que estoy. Mientras tanto, Masha cabalga cerca de una torre inclinada. Podré llegar antes a ella?

-No sé, pero nosotros hasta acá llegamos, don Chica –dijo el baqueano cansado de escucharlo-. De ahora en más me lo va acompañar Crenchudo, el mejor rastreador de guanacos de Wikigasta.

-El mejor rastreador -corrigió Crenchudo saltando de su caballo negro-. Así que Ud es el que quiere tener la piedra bezoar?

viernes, 15 de enero de 2010

Confusión

-El agua no es suya –dijo la Cameron luego de escuchar la aburrida explicación de Mr. Runey.

-El derecho de uso es mío, me lo dio la Oficina de Hidráulica.

-La ley dice que en caso de escasez hay que privilegiar el uso humano.

-Pero Ud la quiere para sus chanchos.

-Si no riego el maíz se va a secar y si se seca no tengo qué darle de comer a los chanchos y si los chanchos no comen se mueren. Y si los chanchos se mueren la próxima en seguirlos puedo ser yo.

-Es cierto, cuando la cadena trófica se corta: kaputt. Me va a seguir psicopateando mucho tiempo más?

-Ud la quiere para lavar piedras y yo la quiero para regar. El oro puede esperar, el maíz no.

-El agua la usamos para generar energía eléctrica para dos mil mineros que viven en la cordillera. Pasa por la turbina y sigue para abajo. Averigüe quién se quedó con el agua, nosotros no somos. Tal vez debería hablar con el Ing. Dufín...

La Cameron salio furiosa. No había podido torcerle el brazo al maldito Mr. Runey y, para colmo, ahora se iba más confundida que cuando llegó. Sintió ganas de gritar, porque a veces es necesario gritar para sublimar la rabia. Enfiló hacia la Oficina de Hidráulica, esta vez Armando no la acompañó. Todo era impreciso, el mediodía en Wikigasta mostraba ojos sin pupilas.

martes, 12 de enero de 2010

Novedades del primo Andrey

“Moza inquieta, a la espera del nervio redentor/Una sola herida, tu marca desdeñosa/Te miro desde la puerta, que alguien dejó abierta de par en par/Veo que un cernícalo quiere posarse, sobre la cima de tus senos/Temblosa avanzas, hacia el abismo accesible /La noche te abre, el fetiche de la confusión/De ti no se ha dicho, la última palabra”.

Nunca le había gustado ese lenguaje engolado, ostentoso y rimbombante, pero Chikhachev releyó atorado las estrofas que estaban al final de la carta de su primo Andrey, el poeta de la naturaleza. Como siempre, le pedía opinión sobre los versos que escribía. Repasó también novedades de asuntos familiares y las menciones a los paseos que Andrey daba por el bosque con Masha. Se sintió mal, como la gota de agua que cae en la simiente equivocada.

-Será posible!! –protestó el baqueano que lo acompañaba mientras sacaba la pava con agua hervida del caldero- Chikhachev, lo que a Ud. le preocupa nada tiene que ver con el mate, no es así?

domingo, 10 de enero de 2010

Confesiones de invierno

Por entonces, los inviernos en el desierto se empecinaban en ser ásperos. A falta de instrumentos más sofisticados, el vidrio de la ventana de la cocina era mi termómetro. Antes de desayunar, tocaba suavemente la superficie transparente para saber si afuera hacía mucho frío o, simplemente, frío. A veces, durante esas mañanas en las que hacía más que mucho frío, no era necesario ningún ejercicio empírico. Con una rápida mirada sabía que lo que opacaba la entrada de luz no era un vidrio empañado sino la fina capa de hielo en la que se había quedado aprisionado el vapor de la tetera. Eso quería decir que afuera estaba muy helado y que ese día no podría salir a jugar. Y si el movimiento de la punta de la casuarina que crecía en la vereda de enfrente sugería que no aparecería ningún viento salvador, probablemente al siguiente día tampoco. A partir de la observación de estas dos variables, la temperatura de la ventana de la cocina y la inclinación de la casuarina, desarrollé un fino conocimiento de las posibilidades que ofrecían las mañanas de invierno para saber si durante la tarde podría ir afuera.

En esos días destemplados, el café con leche del desayuno inevitablemente formaba nata. Sabía que esa baba circular se me pegaría al paladar y no se iría hasta luego de mucho tragar nada. Por eso la sacaba una y otra vez con la cucharita del azúcar. Siempre me dio asco esa película cremosa. Todavía hoy, cuando veo que mis hijos la separan de la taza con quirúrgica concentración, me recorre aquella náusea. Por entonces, el clima se convertía en carcelero y tenía que inventar juegos que siempre me aburrían. Terminaba yendo a leer una y otra vez los libros que había leído el invierno anterior. En esa estación la vida de mi hermana era más sencilla. Ella hibernaba cuidando muñecas y, según parecía, los acontecimientos que generaban esos juguetes de mirada fija la entretenían más que a mí los juegos de inventos, mecanos o rompecabezas.

La primavera empezaba justo el mes en el que la festejábamos en el colegio. Estos días eran el prólogo del nomadismo estival. Durante una semana vivía en la casa de mis abuelos, luego mamá iba a buscarme y pasaba otros siete días en casa. Con puntualidad, transcurrido el período que separaba la última mudanza, nuevamente era llevado a lo de mis abuelos.

Solo tiempo después me di cuenta de que no eran muchas las cuadras que separaban una casa de la otra. Tal vez el paisaje ayudaba a mi desorientación en el espacio, puesto que superar algunas pendientes y un caracol con curvas retorcidas me hacía pensar que la distancia era sideral. Mi casa estaba a medio camino de una loma empinada, rodeada de casuarinas siempre verdes. Debajo de ellas aprendí a distinguir los hongos dañinos y los otros. Arrancábamos los buenos, yo ayudaba a cortarlos en rebanadas, y los poníamos a secar cerca de la chimenea. La casa de mis abuelos estaba cuesta abajo, a unos pocos metros del río. Allí no había casuarinas, solo arbustos. Pescar, escuchar historias fabulosas y juntar frutas eran algunas de las tantas cosas que hacía durante esos siete días.

La casa de los veranos era, en realidad, dos casas. La nueva, donde ellos vivían, y la otra, la que siempre conocí deshabitada, que había sido construida por los padres de mi abuela. La casa vieja tenía una fuerza de gravedad irresistible y yo siempre andaba girando a su alrededor. Lo primero que veía cuando me acercaba era la ventana circular del altillo. En ese cuarto no había nada, como en el resto de la casa. Imaginaba que, algún día, dormiría ahí arriba y temprano, en las mañanas de invierno, tocaría los vidrios de la claraboya para saber con toda certeza si haría frío o mucho frío. O, de un vistazo, sabría que haría más que mucho frío. Desde allí se veía bien el lago, hasta más allá del muelle de piedras. Sólo podía entrar a la casa vieja con mi abuelo. Recuerdo el ruido de nuestras pisadas en el tablado del frente, en las escaleras y en el altillo. Él decía que la casa era peligrosa, que antes los colonos no sabían trabajar la madera y que recién cuando vinieron los inmigrantes chilenos las casas comenzaron a ser seguras. Nunca le creí.

La recomendación de mi abuela era que no nos acerquemos al baño. Este era una letrina de madera apenas alejada de los dormitorios. Debajo del cubo agujereado que hacía las veces de inodoro había un gran pozo. Ella había vivido en esa casa cuando era chica y yo a veces pensaba, en particular al gritarnos que tuviéramos cuidado, que ella alguna vez se había sentado allí. Esto no dejaba de causarme gracia. La abuela sostenía que el fondo del pozo estaba comunicado con el río mediante un canal subterráneo. Esto, según decía, hacía al lugar más peligroso, ya que el suelo tenía turba en la que se acumulaba agua helada.

Entre el baño y la casa crecían moreras. Con el abuelo íbamos dos veces por semana a recolectar sus frutos. Cortábamos los que estaban pasados de maduro, estos eran los mejores para que la abuela haga dulce. Ella preparaba una especie de caldo y, a comienzos de febrero, cuando ya no había más moras para cortar, lo usaba para hacer el dulce. En estas excursiones ponía un fruto tras otro en mi boca. Me gustaba la sensación de tener esa uva áspera y espinosa en mi boca. La iba mordiendo poco a poco, dejando salir apenas unas gotas del líquido ácido y casi azucarado que contenía en su interior.

Nunca supe porqué quemó la casa vieja. En realidad me dijeron que fue un accidente, un descuido. No lo creí. Desde la cocina, montaña arriba, una noche de otoño alguien vio el resplandor anaranjado. Minutos después vino un vecino a caballo y mis padres se fueron con él. Ese verano alguna enfermedad u otra cosa se habían llevado a mi abuela y todo había cambiado. Al otro día, por la tarde, fuimos a visitar al abuelo. La casa ya no estaba más, sólo estaban algunas columnas de madera, negras y humeantes. El fuego había tomado parte del pasto, llegando hasta las moreras. De la letrina tampoco quedaba nada, apenas un montículo de carbón revuelto. Imaginé los últimos momentos de la casa. Como fue consumiéndose la claraboya, como ardieron las pequeñas tejas resquebrajadas y los maderos verduscos por el musgo de la pared que daba al sur. Ahora sólo iba a la casa con mis padres, ya no juntábamos más moras, nadie nos decía que tuviéramos cuidado al pasar cerca de la letrina y todo parecía tener un tono pardo.

Dos años después falleció el abuelo y mis padres decidieron que nos teníamos que mudar a la ciudad. Trajeron cajas en las que puse mis cosas: algunos juegos y muchos libros y revistas. Nos fuimos. Pasó el tiempo y, hasta hoy, jamás volví a este lugar. Con mi hermana decidimos poner en venta la casa del río. Por eso viajé para ver cuál era su estado. Llegué temprano. El lugar estaba solitario. Algunas moreras habían sobrevivido al fuego que había consumido la casa vieja treinta años atrás e invadían todo el terreno. No pude resistir y fui a recorrer el lugar que visitábamos con el cuenco para poner las moras. Caminé unos pasos y miré hacia el río. Hacía frío, las montañas nevadas hasta la base indicaban que este invierno era helado. Decidí ir a ver la casa, tenía que estar en la ciudad por la tarde para tomar el avión de regreso al norte. Giré, di dos pasos y el suelo desapareció. Caí por el aire, rozando una pared de turba. Mi cuerpo, inesperado, encontró el suelo cenagoso.

Es cierto. El río esta acoplado al pozo mediante una corriente subterránea. Intenté incorporarme varias veces y no pude. Creo que tengo una pierna rota. No sé cuanto tiempo ha pasado, pero todavía es de día, veo algo de luz en la parte superior del pozo. Con ayuda del encendedor hago otra exploración visual de las paredes. Mientras busco escalones que nunca van a aparecer noto que el vapor se ha congelado en el cristal de mis anteojos. Pronto va a hacer más que mucho frío.

viernes, 8 de enero de 2010

Camino a la entrevista

-Mr. Runey no es mala persona, es economista –dijo la Cameron-. Además, es el gerente de una multinacional. Por lo tanto, no puede romper con la ortodoxia de su disciplina ni con la subordinación al Gerente para Latinoamérica de la Star Gold Inc.

-Uno lo escucha y se da cuenta que está condenado a meter en sus cosas cotidiananas al humor de los accionistas, a la tendencia del precio internacional del oro y a las noticias de la CNN. Para colmo tiene que leer y hacer saber que lee esos diaruchos que son todos iguales, protestar contra la voracidad fiscal del Municipio y pedir flexibilidad laboral. Se da cuenta lo que significa esto? –preguntó Armando- Hasta a veces está obligado a exclamar “qué barbaridad!” cuando se topa con tres o cuatro pobres juntos...

-El tipo es así. Considera a la economía como una herramienta ajena a la política y a la sociedad en la que vive. Por eso no nos va a dar agua –sostuvo la Cameron mientras abría la puerta-. En definitiva, Mr. Runey no puede sorprendernos. No puede sorprender a nadie, esa es su maldición eterna.

-Buenas tardes –dijo la recepcionista- Ustedes son los que pidieron audiencia con el gerente?

jueves, 7 de enero de 2010

Elección de la mula correcta

"…por su temple ciclotímico, lo que hace que unas veces estén de humor y otras no. Así, considerando que de su estado de ánimo depende el éxito de la misión o la vida de los viajeros, con el amanecer los baqueanos dan comienzo al ritual. Pegan la nariz al hocico de la mula y luego cubren su propia cabeza y la de la bestia con un poncho. Entonces tratan de fijar la mirada con la del animal. La mula es tímida e incluso bajo la tenue oscuridad del poncho ladea el pescuezo, tratando de evitar la maniobra. Patea de costado, topetea y tira tarascones. Hace ruidos raros. Pero aquella que conecta la mirada en silencio es la elegida. Según se dice, ese día evidencia disposición correcta y suficiente como para subir y bajar con vida a ese baqueano por el filo de los ángulos imposibles de la cordillera. Traté de hacerlo pero no pude soportar aliento del animal. Decepcionado, terminé eligiendo cualquiera y salimos hacia el oeste, en busca de la piedra bezoar" (:102).

Chikhachev, Platon Alejandrovich (1847): "Notas del desierto: al pie de los Andes". Anales Patrióticos de San Petersburgo XXI, 86-219.

martes, 5 de enero de 2010

Demasiado calor

-El agua fría sale caliente por el surtidor –rezongó la Cameron-, la luz se cortó temprano, el suelo me asa la planta de los pies, parte de mi huerta está quemada por el sol y los pájaros caen muertos de los árboles.

-Hacen 45 ºC, ayer 43 ºC y para mañana está pronosticada una máxima de 47 ºC. Qué otra cosa puede pedir en esta época además de calor? –preguntó Dufín arreglando la yerba del mate.

-El pase a la Base Marambio –respondió la Cameron- Aunque me conformo con que le pida a Mr. Runey que libere un poco de agua de la mina, cosa de intentar salvar el maíz. Si no también pierdo los chanchos, que se van a morir de hambre.

-Ud. tuvo el turno de riego la semana pasada. El próximo le toca dentro de ocho días.

-Se van a secar todos los cultivos, ya lo sabe. Los otros agricultores no se quejan? –preguntó.

-La mayoría tiene riego subterráneo, el precio FOB de la alcaparra da para eso y mucho más -dijo Dufín-. Lo lamento, hay que cumplir con el Código de Aguas. Si el Estado fuese más eficiente con la obra pública y los políticos menos corruptos, tal vez Ud. hoy podría tener agua para regar. Mire, tengo que cerrar la oficina. Se le ofrece algo más?

La Cameron salió de la Oficina de Hidráulica sin saludar. A veces Wikigasta se le ocurría el Infierno, Mr. Runey Lucifer, Dufín o cualquier otro un espíritu del mal y ella una condenada. Enfrentar esto implicaba una sedición a cierto orden preestablecido; en particular, al derivado de la prepotencia de su ánimo. Comenzó a caminar hacia la oficina de la Star Gold Inc., maldiciendo el calor. La espiral de silencio sofocante que derribaba todo se hizo innegable.

sábado, 2 de enero de 2010

Misa de siete

"A la hora que se disipa la siesta, me siento a esperar. La impaciencia y la sombra de un tilo me asisten. Sin grandes ceremonias soporto la secuencia de rutinas: primero aparece el joven con la mula tapada de heno, luego la vieja que barre, a continuación los niños que corren jugando y, por fin, la mujer. Ella camina por la vereda norte. La distingo por su vestido castaño y por la mantilla blanca que cubre sus hombros. Dos o tres pasos atrás la sigue un niño negro con un tapete en sus brazos sobre el que ella se arrodilla en la iglesia. Miro su cintura marcada por el ceñidor y siento que no voy a estar a salvo. Algo exige. Pobre memoria mía".

Chikhachev, Notas de viaje.