sábado, 7 de noviembre de 2009

Relato desordenado

Como lo haría con la contemplación de un atardecer, me gustaría describir la situación tal cual fue. No se si seré competente. En medio de la música natural del tornado, creí sentir que el flujo del canal que pasa al costado de los plátanos comenzó a ser turbulento. Diferentes gargantas entraron en resonancia con el viento y entonaron el mismo síncope. Sin perder eso fundamental que duraría mil años, la miraba derrotada de la Cameron se descascaraba. Seguímos tomados de la mano, no se cuánto tiempo. Alrededor caían ramas, pedazos de sillas y el aire se llevaba nuestras pérdidas. El atarceder ya estaba entre nosotros. La turbulencia por entonces era muestra de algo más primitivo, de eso que avisa. Los sonidos comenzaron a acallarse o empezamos a oir voces diferentes. Esas viejas voces que nos guían a la puerta que nunca abrimos, a la acequia cuyo borde nunca seguimos y a ese fin que siempre está presente pero que no alcanzamos. Nos sorprendió otro sonido. Eficaz y estridente. Era la bocina del Fiat Cinquecento de Ana C. Van para algún lado? -pregunta-. Todo esta perdido.

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