jueves, 26 de noviembre de 2009

La piedra bezoar

En la posta churrasquearon temprano acompañados con aceitunas y vino rojo de Nueva California. Uno de los baquenos mencionó al viejo Pelantay, un rastreador que habían cruzado temprano, al principio de la jornada.

-Pelantay, dos o tres veces al año se emborracha, faja a la mujer y se va a la montaña -dijo uno de los baquenos.

-Ajah! -dijo otro- Es un curado de esos? Mierrr...

-Si, cuando el hijo cumpla catorce se van a ir juntos. Ahora sube solo. Arriba, una vez que el aire lo despabila empieza a rastrear guanaco. Guanaco viejo, rastrea. Vio? Gusta repetirse?

-Gracias, tiene demasiada manteca para mi gusto -dijo Chikhachev rechazando la segunda porción de pastaflora que le ofrecían-. Pero, por qué busca guanacos viejos? -preguntó con renovado espíritu científico.

-Porque son los que tienen la piedra grande en la vejiga, la piedra bezoar. Si uno la chupa, dicen, lo protege de los venenos. Y cura la culebrilla -dijo el baqueano- y la calentura Pero solo disfruta de su poder aquel que haya cazado el guanaco viejo. Dicen que si se la chupa hasta que se disuelva toda, sin que se le quiebre en la boca, uno se vuelve invisible. Pero no crea en estas ilusiones, Don Chica, solo se trata de una concreción calculosa que se encuentra en el estómago o en los intestinos de ciertos rumiantes. No tiene poder alguno. La magia no existe.

-Buenas noches -dijo Chikhachev buscando recostarse.

-Toma un cafecito antes? -le preguntó un baqueano.

-No -dijo Chikhachev con un tono raro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario