jueves, 22 de abril de 2010

Razones escritas a todo trapo

“Porque cada día entrega otro día. Porque viajé para comprobar que solo los justos mantienen lo verde. Porque pasé tres o cuatro días cegado por el sol del desierto. Porque descubrí el sabor de la algarroba. Porque pase días perdido en un matorral de jarilla en flor (jarillal). Porque la piedra bezoar me sigue buscando. Porque tomé clases y ahora no soy devoto. Porque tomé clases y ahora soy devoto. Porque confieso que mi mente tiene que pasar tiempo paseando por ahí (sedienta). Porque todavía no llegué a contar tres trillones de granos de arena. Porque estuve aprendiendo cómo se hace un pan de jabón con grasa. Porque tuve que enseñarle a pronunciar mi nombre extranjero. Porque recorrer el desierto con mi aliado Crenchudo lleva tiempo. Porque puse en acto la palabra farra. Porque perseguí choiques y me perdí. Porque dejé de ser relincho. Porque subí a la montaña para probar el conchabado. Porque me hice nativo y me lleva tiempo pensar en esto. Porque nunca hubo advenedizo al que le llevase tantos meses descubrir lo tonto que es. Porque comencé a prestarle atención a los pecados carnales. Porque aprendí a florearme cabalgando el chaco. Porque me rindo todos los días ante la Rosa de Paracelso. Porque me empaché con mote pelado y pasé días en cama. Porque tuve que aprender tres palabras nuevas: pirca, tusquera y charquicán. Porque practico llevar unas cosas bajo el brazo izquierdo. Porque me sumé a un grupo de zahoríes. Porque aprendí a los ojos del Señor este sitio es bendito, (aunque se rumorea que puede ser Sodoma). Porque al principio me tomaron por un perro furioso y convencerlos de lo contrario llevó tiempo. Porque estudié el arte de evitar los abismos. Porque quise escribirte cuarenta razones por las cuales no te he escrito y solo se me ocurrieron treinta (contando esta). Por ello, amada Masha, debo decirte que...

Hasta allí llegaba el texto escrito por Chikhachev. La desprolijidad del trazo y el tono desfortunado denotaban apuro. Crenchudo guardó el papel arrugado en su morral. Miró el cielo; la lluvia, un poco acobardada, titubeaba ante el salitral.